lunes, 16 de enero de 2012

¿Por dónde empezamos a innovar?

Siempre que la palabra innovación surge en una conversación, lo hace acompañada de términos como idea y creatividad. En ocasiones parece que los tres conceptos puedan ser utilizados como sinónimos. Esta fascinación por las ideas se traduce en la existencia de una gran cantidad de libros que nos explican como producir ideas geniales, muchas empresas realizan talleres de creatividad o incluso establecen sistemas para generar nuevas ideas, por lo general de forma poco enfocada y con escaso éxito. No hay duda de que las ideas juegan un papel relevante en el proceso de innovar, pero tengamos en cuenta que son sólo una parte de ese proceso. Tal vez la más glamurosa y vistosa, pero haríamos bien en no dejarnos deslumbrar por su atractivo, a costa de olvidar otros aspectos que juegan un papel clave a la hora de innovar.

Se ha impuesto una visión en la que cualquier empresa que pretenda innovar debe empezar por tener buenas ideas. Lo mismo sucede con los emprendedores, se les incita a tener una idea, y reflexionar sobre ella a través de un plan de negocio. En mi opinión tanto las empresas establecidas, como los emprendedores deberían dedicar un tiempo a la reflexión antes de desarrollar ningún concepto. Creo que las ideas están sobrevaloradas, y con ello no pretendo negar la importancia que la creatividad y la generación de nuevas soluciones pueden tener para el futuro de cualquier empresa. Lo que si pretendo argumentar en estas líneas, es que las ideas son una parte del proceso de innovación, en ningún caso el inicio, ni tampoco la parte más crítica del proceso. 


Cuando queremos iniciar un proyecto de innovación para buscar nuevas soluciones que satisfagan una necesidad concreta, nunca debemos partir de una idea. El punto de partida debería ser siempre un reto, en este caso podemos intercambiar este vocablo por desafío, oportunidad o problema. Por eso el primer esfuerzo de  cualquier empresa que quiera innovar es identificar retos,  y priorizarlos en función de las variables que se consideren más adecuadas (impacto para la empresa, beneficio para el cliente, urgencia de implementación, time-to-market, viabilidad...).

Una vez hemos seleccionado uno de esos desafíos y formado un equipo lo más diverso posible, podemos iniciar el proceso de innovación. Como ya he comentado en otras ocasiones, la metodología que he desarrollado y bautizado con el nombre de DO IT es la que yo utilizo para llevar a cabo proyectos de innovación. Consta de cuatro fases, y el momento de generar ideas no llega hasta la tercera etapa. Si hacemos bien los deberes correspondientes a las dos fases anteriores,  será mucho más sencillo generar conceptos con un enorme potencial.


La primera etapa está relacionada con la definición del reto,  determinar que conocemos y que no acerca de él,  establecer el publico objetivo, los condicionantes y todos los criterios que le vamos a pedir a la solución final. Esta fase nos delimita el punto de partida, nos ayuda a desmenuzar el reto, y nos da una cierta dirección a seguir. Evidentemente a lo largo del proceso de aprendizaje que iniciamos en ese momento, pueden aparecer informaciones que hagan recomendable cambiar ese rumbo. Por lo tanto debemos ser suficientemente flexibles como para esperar sorpresas, e incorporar nuevos elementos a lo largo del camino que separa la identificación del desafío hasta el lanzamiento de la mejor solución posible.

La segunda etapa intenta observar al entorno, especialmente a los clientes a quienes dirigiremos el nuevo concepto, el objetivo es identificar necesidades no obvias y validar suposiciones. En este momento del proceso, la palabra clave es empatía. Debemos finalizar esta etapa con un conjunto de "insights" que nos permitan iniciar la siguiente con una riqueza de información que facilite la generación de ideas. A lo largo de esta fase, además de la observación propiamente dicha, deberemos también sintetizar toda la información recopilada, e identificar oportunidades. No sólo nos centraremos en observar y escuchar a los clientes, si no que también analizaremos tendencias, tecnologías y competidores. Todo este trabajo previo, debería situarnos en una posición mucho más favorable para poder idear soluciones deseables para los clientes, rentables para la empresa y viables tecnológicamente.

Si por el contrario iniciamos los procesos de innovación a partir de ideas que nos parecen brillantes, y de las que en muchas ocasiones nos enamoramos, corremos varios riesgos. En primer lugar podemos terminar perdiendo de vista que es lo que realmente pretendemos solucionar con nuestra idea, y centrarnos simplemente en lograr implementar esa idea del mejor modo posible. Además de eso, el hecho de no considerar el resto de soluciones posibles reduce nuestra probabilidad de éxito y nos sitúa en desventaja frente a alguien que esté teniendo en cuenta todos los modos de dar respuesta a un desafío concreto. Incluso si empezamos con una idea, deberíamos ir hacía atrás, determinar que resuelve esa idea, observar el entorno, e intentar determinar que otras soluciones podríamos obtener para nuestro reto. Por último, desarrollar una idea que se basa en suposiciones no validadas, y que no se presenta a clientes y otros "stakeholders" hasta que esta se encuentra ya en un estado muy avanzado de desarrollo, es tremendamente arriesgado y caro. 


En definitiva antes de lanzar una nueva propuesta de valor, las empresas deben tener muy claro a quien va dirigida, que pretenden solucionar con ella, y cuales son los beneficios diferenciales que aporta para el segmento de mercado que han seleccionado. Para no perder de vista estos aspectos claves, y lograr lanzar la mejor solución posible, es recomendable que los procesos de innovación se inicien a partir de la identificación de un reto, que será posteriormente definido de manera precisa, para pasar a continuación a   validar suposiciones y recopilar más información relacionada con el desafío que nos ocupa, a partir de la observación del entorno. Sólo si hemos dedicado el tiempo suficiente a estas fases estaremos en disposición de generar ideas que puedan lograr el impacto deseado. Así que mi recomendación final es que no debemos enamorarnos de nuestras ideas, ya que es mucho mejor que nos enamoremos de nuestros retos.